Vistas de página en el último mes

domingo, 21 de junio de 2020


La idea de los fanzine nació en EEUU, como parte de la cultura del "hágalo usted mismo" El término "fanzine" fue acuñado en octubre de 1940 por Russ Chauvenet. El término viene de Fan=fanático/aficionado y Magazine=revista, para distinguir de los prozines (Professional magazine) las revistas profesionales. 
"Puelche" son 26 páginas (24 fotos mas un texto)
Tamaño 22x28cms. Papel de 75 gramos, impresión digital.
 Edición limitada, de solo 120 ejemplares, cada cual numerado y formado. A $ 4.000 más $ 1.500 por el envío certificado en Correos de Chile.
Aun no podemos hacer envíos al extrajero porque Correos de Chile no acepta despachos para fuera del país.
Contacto: hectorphoto@gmail.com 


























Regreso a la infancia, con cámara.



                                                                                                    Cunco, Agosto 2009

Como hay que nacer en alguna parte, me tocó Cunco, por casualidad. Fue culpa de un vino pipeño, aliñado con rencores. Corría 1949.

Mi padre era obrero ferroviario. Palanquero del mítico “201-202”, el tren de carga que corría desde la estación Barón (Valparaíso) a Puerto Montt. Una tarde de enero, hubo un torneo de rayuela en la “picá” cercana a la maestranza ferroviaria de Temuco. A mi viejo le tocó enfrentar a uno de los jefes grandes. Justo con el que mantenía rencillas viejas. Al primer punto dudoso volaran insultos, al segundo hubo coscachos. Como era mal visto que la jerarquía compartiera con el perraje, “La Empresa” calificó el incidente de tropelía menor y, como  castigo, mi papá fue destinado a un ramal de La Frontera. Pudo ser cualquiera: Lonquimay, Toltén, Chol Chol, Curacautin, Villarrica, Cherquenco, Carahue o Traiguén. Pero el azar dijo Cunco y, en marzo, mi madre llegó a instalarse en el “pueulo”, conmigo en la maleta. Nací tres meses después, el 21 de Junio.

Aunque tengo pocos recuerdos de mis primeros años, llevo impresos dos aromas: uno picante, a carbón de piedra ardiendo en “la lorita” y el otro, espeso, a manta de castilla húmeda. Además, el repiqueteo de cualquier lluvia furiosa me remite a la infancia con tejuelas. Cuando mi querida tía Uldadina se casó con Nano Rickemberg, el herrero del pueblo, yo tenía seis añitos y practicamente me crié en su casa, fascinado con el taller. Mi tío Nano siempre fue un hombre bueno y ponía un cajón delante de la fragua, me instalaba arriba y quedaba encargado de tirar el fuelle. Me pagaba un peso diario y yo disfrutaba a morir, trabajando entre hombretones curtidos, con una clientela ruda, de revolver y puñal al cinto. Ahí mudé los dientes de leche y eché raíces.

Entonces, Cunco disfrutaban un esplendor económico iniciado allá por 1930, que declinaría en la década del 70. Se explotaban los bosques nativos, sin control. El patio de la estación cubría seis hectáreas, siempre repletas de castillos de madera y cada día partían varios trenes, cargados. La herrería quedaba justo al frente. En verano, abríamos a las seis de la mañana y en la calle ya había unas cincuenta carretas con durmientes, haciendo cola para entregar. Mi tío trabajaba a dos fraguas, con cinco ayudantes, pero apenas eran capaces de fabricar las herramientas y hacer las reparaciones que encargaban los aserraderos.

También reparaban los aperos agrícola de la extensa comarca. En aquel  tiempo, los puentes eran de madera y, a golpe de yunque y fragua, alaboraban los inmensos clavos, abrazaderas y pernos necesarios. Aun siento un pellizco en las tripas cuando cruzo el puente Medina, sobre el río Allipén. El único de aquella época que aun sigue en uso, unido por muchos fierros que ayudé a fundir.

Tirando el fuelle (y boquiabierto) oí narrar la épica fundacional de la comarca, incluyendo las guerras entre aserraderos, con hombres troceados en la sierra, por robar madera. Otras veces, se detallaban los turbios orígenes de algunas fortunas locales o contaban las artimañas usadas para correr los cercos de los mapuches. También hablaban de pumas cebados con carne humana y, con mis propios ojos, vi monedas de plata, encontradas en entierros legendarios. Mi primo Genaro Castro, de Lomocura, conserva unas cuantas. Así, las novelas de Julio Verne, que leería más tarde, resultaban una alpargata al lado de lo que escuché cuando “cauro” chico.

Llegada la edad de los alardes, los chiquillos escapábamos de la cama, poco antes de medianoche, para juntarnos en el cementerio y presumir de valientes. Jugábamos a la escondida, entre las tumbas. Después, borrachos de adrenalina, rompíamos ampolletas del alumbrado público, a hondazos, y culminábamos la noche apedreando los techos de las viejas cahuineras. Siempre nos pillaban los pacos y, de las mechas, nos repartían por las casas. Entonces, mi adorada tía Ulda lucía su lado B (el sádico autoritario). Me obligaba a bajarme los pantalones. Tenía que pedir perdón de rodillas y rezar un Padre Nuestro a poto pelao. Después me machacaba, a conciencia, con una varilla de mimbre. Había que aguantar sin chistar, porque cada paliza era una condecoración para nuestra rebeldía. Quizá por eso reincidíamos a la primera. Mientras, el tío Nano me ilustraba en las artes de la pesca. A los 12 años saqué mi salmón iniciático en el río LLaima y gané el derecho a participar en las extenuantes expediciones de “los grandes”, subiendo hasta los (entonces) remotos lagos de la cordillera: Galletué, Icalma y Conguillío,

Durante los anocheceres veraniegos, mientras jugaba a “la escondida” con las chiquillas, en ese laberinto de castillos de madera, las hormonas me pasaron sus primeros pliegos de peticiones. También recuerdo aquellos viernes de pago, cuando algunas mujeres planchaban las camisas para que sus hombres, bien cacharpeados, fuesen a la estación, a esperar un bullicioso ramillete de muchachas llamativas. Con banda de música desfilaban hasta donde la “tía Rosa” y armaban tremenda fiesta. El lunes, en el tren de las siete de la mañana, las damas se marchaban, discretas y sin maquillaje.

En aquel tiempo aun no se me había muerto nadie, pero no me daba cuenta que era feliz, con esa infancia sencilla, llena de curiosidad y lecturas variopintas. Demasiado pronto cumplí los 16 y partí a la universidad, en Santiago. Años después, el azar y la dictadura me empujaron lejos. Estuve 30 años vagamundeando, primero en EEUU, luego Paris, Madrid, Sevilla, Pordenone, Ciudad de México y de vuelta a París. Pero, en 2005 comencé a frecuentar la comarca donde quedó dispersa mi infancia. Cunco había cambiado y yo también, claro. Habían arrasado los bosques nativos. La industria salmonera contaminó los ríos y se acabó la pesca. El ferrocarril ya no existía. Un incendio se tragó el edificio de la estación y llegué cuando se estaban llevando los rieles. Me encontré con un “pueblo” empobrecido, donde no existe identidad local ni conciencia histórica. Los jóvenes ignoran el pasado maderero, triguero y ferroviario. Ahora, reina el “progreso” y el consumismo. Hay mucho asfalto y cada “cuncuno” anda entrampado con varias tarjetas de crédito y pocos se preocupan del medio ambiente. Pero no encontré ni una mísera foto donde consolar nostalgias o confirmar mis recuerdos. Conmovido, comencé a retratar mis propios fantasmas para construir una colección de imágenes que me ayuden a recordar. Antes de volver a partir, quiero dejar muchas fotos de la vida cotidiana, del paisaje y de la gente. Esas que tanto eché de menos al volver a esta comarca de ausencias.

                                                 
Héctor González de Cunco

Post data.- Escribí este texto durante el invierdo del 2009, pero pasó mucha Vida desde entonces. Mi tía Ulda y tío Nano Rickemberg murieron y quedó abandonada la que fuera su casa-taller, donde viví todos los veranos de mi infancia. Rescaté muebles antiguos y me armé una guarida austera, como celda monacal, para ser el último de la familia en esa morada que agoniza. Como bitácora del reencuentro con mi “pueulo” natal, entre 2004 y 2015 hice muchas fotos. Ahora seleccionamos 24, para armar el relato de este fanzine.

Edición limitada, de 120 ejemplares

En este trabajo Nelson Rodriguez (Nelson Ekis-Ekis) actuó como "posibilitador" general y responsable de la impresión, 

          Talleres de la Imprenta y Editorial Pompeyana, Quilpué, 
domingo 21 de Junio 2020

 Alex del Canto hizo esta foto en Coquimbo.

Lupe lo recibió en El Aryán, Santiago.

Benito lo muestras en La Ligua, Quinta Región.

El fotógrafo Coici Brown lo recibió en Puerto Montt.

Rodrigo Arenas Ayala lo sostiene, en Santiago 
El fotógrafo Jorge Aceituno le hizo esta foto, sobre Santiago.

En casa de Jorge Norambuena, en Las Condes. 

Al pintor MH, alias Ricardo, se lo entregamos en persona. 

El fotógrafo Milko Ulloa lo recibió en Niebla, Valdivia.

Nicolás Díaz lo observa en Providencia, Santiago.

Ruben Patricio Reyes Reyes lo muestra en Molina, Sexta Región

Sergio Imago fotografio sus dos números frente a un rehue, en Temuco.

Susana Orellana frente a la Corte de apelaciones de Temuco


Aquí seguiremos dejando más fotos, en la medida de Correosde Chile lo vaya entregando, en distintos lugares del país.